Por Kenneth Rivadeneira
En la comunidad de
Anuachon se producirán 53 toneladas de alimentos cada año. Un total de 806
millones de pesos fueron invertidos en el proyecto.
Bajo el inclemente sol de Anuachon, zona rural de Manaure, el profesor
Robinson Gutiérrez Morales de 53 años, recuerda las extenuantes jornadas que
vivió cultivando la tierra durante su niñez en la finca “El Jobal”, a pocos kilómetros de Astrea en el departamento
del Cesar.
Este hijo de campesinos y docente
rural llegó a Manaure el 11 de octubre de 1.990 huyendo del intenso dolor y el
recuerdo permanente que lo atormentaba por la pérdida de su mamá. “En la finca
nada nos hacía falta, no pasábamos hambre, comíamos lo que queríamos y todo con
el sudor de la frente así nos criaron en la familia, pero la muerte de mi mamá
me alejó del campo”, señala el profesor mientras sigue las indicaciones de los
expertos de Colombia Orgánica a quienes la Agencia
Nacional de Tierras le dio la responsabilidad de ejecutar un proyecto que
promete “exorcizar” los males del hambre en el departamento que más vidas de
niños ha cobrado.
Robinson Gutiérrez, gestor del invernadero
En el año 2013, impactado por el
hambre física que ataca a los niños y niñas wayuú y buscando como sembrar
esperanzas, el profesor Robinson Gutiérrez escuchó de una persona que se
encontraba por el departamento del Cesar trabajando en proyectos productivos.
De esta forma, hizo contacto con Hernando Niño Rivera, un hombre con formación
académica en Ciencias Agrarias y títulos de importantes centros internacionales
uno de ellos en Israel, director de la corporación Colombia Orgánica, con más
de 30 años de experiencia en cultivos de invernadero.
Ese primer contacto telefónico entre el
docente soñador y el experto santandereano a quien muchos catalogan de “loco”
porque se atrevió a decir que en el desierto guajiro iba a cultivar lechuga,
marcó el destino de una comunidad wayuú ubicada a cuarenta y cinco minutos de
Manaure y habitada por más de doscientas personas. Hoy Anuachon cuenta con un
área cultivada de 1.404 metros cuadrados para la producción de cebolla,
cilantro, pimentones, acelgas, lechuga, habichuelas, calabazín, maíz, pepino cohom-bro,
ajies y frijoles entre otros productos. En total el invernadero tiene 28
cultivos, siete de los cuales son de enredadera como fríjol cupi, auyama,
tomate de mesa, y pepino dulce.
El invernadero de Anuachon tiene
una capacidad de producción de cincuenta y seis toneladas de alimentos cada año y está compuesto por cinco baterías, cuyo montaje se hizo en once
días en territorio indígena con materiales traídos desde Bogotá y ensamblados
por quince técnicos en electricidad, plásticos, infraestructura, vientos y agua.
Para Hernando Niño Rivera, director de la
Corporación Colombia Orgánica, “en este
invernadero la siembra está protegida de factores de riesgo como la lluvia, el
aire y la falta de agua, debido a que posee un sistema inteligente auto controlado a fin de mantener la temperatura interna y adicionalmente cuenta
con un sistema de riego especializado para desierto de descarga por gotero de
un litro agua cada hora, es decir no hay ningún tipo de afectación al suelo”,
precisó el experto.
Mientras escucha las últimas recomendaciones
de Hernando Niño, el profesor Robinson Gutiérrez no oculta su alegría porque
sencillamente el proyecto del invernadero ya es una realidad. “El tomate está
en producción y para los primeros días de agosto vamos a recoger la cosecha, ya
recogimos cilantro y se utilizó en la comunidad y gracias a Dios se vendieron
los primeros 135 kilos de pepino, es decir que en los hogares de Maicao las
ensaladas fueron preparadas con los productos cultivados en Anuachon”, señala sonriente
el docente rural.
La operación del invernadero de Anuachon
cuenta con tecnología israelí, y serán los jóvenes de la comunidad quienes
finalmente se hagan cargo del proyecto luego de la capacitación que recibieron
en prácticas agrícolas y funcionamiento del invernadero.
Adicionalmente
este proyecto de agricultura orgánica en pleno desierto de la Guajira tiene dos
hectáreas a campo abierto con plantaciones de maíz, yuca, frijol y plátano. El
funcionamiento del invernadero se da con energía solar a través de paneles y
para los sistemas de regios se utiliza el agua potable del molino de viento que
se encuentra en la comunidad.
El reto
para la comunidad de Anuachon es constituirse en una empresa agrícola que
produzca y comercialice los productos del invernadero para garantizarles a sus
habitantes -principalmente ochenta niños y niñas entre los 2 y 11 años- la
seguridad y soberanía alimentaria. El proyecto también incluyó el suministro de
seiscientos conos de hilo para la producción de chinchorros, mochilas y
guaireñas.
Cae la
tarde en Anuachon y el profesor Robinson como un jornalero más se quita las
botas, toma un sorbo de agua y mira hacia el cielo pensando en su próximo
proyecto: sembrar esperanzas con más invernaderos en las comunidades indígenas
asentadas en la vía Manaure Uribia, como única arma para ganarle la guerra a la
desnutrición.







